viernes, 23 de noviembre de 2012

El adiós definitivo del káiser

El piloto alemán, de 43 años, se retira de la competición con un excelso palmarés: siete mundiales, 91 carreras, 155 podios, 69 poles y 77 vueltas rápidas. Imbatible entre 2000 y 2004, con un binomio único con Ferrari. 






Michael Schumacher festeja una de sus 91 victorias.
Sin mucho ruido, tras un discreto segundo periodo en la Fórmula Uno (años 2010-2012), Michael Schumacher (Hürth-Hermülheim, Alemania, 1969), el káiser, se retirará este domingo de la competición oficial en el circuito brasileño de Interlagos. Nadie ha ganado más que el germano en la máxima competición mundial del automovilismo. En su palmarés, destacan siete títulos (temporadas 1994, 1995, 2000, 2001, 2002, 2003 y 2004), con 91 carreras ganadas, 155 podios, 69 poles y 77 vueltas rápidas. Por números, sin discusión, el mejor piloto de la historia. Por trascendencia, junto con Senna, el káiser de la Fórmula Uno.


Schumacher comenzó muy pronto a vivir por y para el motor. Su padre, Rolf, trabajaba en una pista de karts en Kerpen, una pequeña ciudad de sesenta mil habitantes situada a treinta kilómetros de Colonia. Michael se subió por primera vez a un kart cuando tenía cuatro años. Y ya no se bajó. Se proclamó subcampeón del mundo de la especialidad con dieciséis años. De allí, pasó a los monoplazas, primero en la Fórmula 3 y después a la Fórmula Uno tras ingresar en el equipo junior de Mercedes, con el que disputó el campeonato del mundo de sport prototipos.


Pero donde la leyenda de Michael Schumacher nace es en las pistas del gran circo del automovilismo. El alemán debutó en la temporada 1992, cuando contaba con 23 años, en uno de sus circuitos preferidos: Spa. La oportunidad apareció con una sorprendente noticia: el piloto belga Bertrand Gachot, del equipo Jordan, no estaba disponible por problemas con la justicia: dos meses de arresto tras protagonizar un altercado con un taxista de Londres. Schumacher fue el elegido para sustituirle. 

Para entonces, el alemán ya estaba rodeado de dos personas esenciales en su vida: Willi Weber, su mánager, y Corinna, su esposa, a la que ‘robó’ de los brazos de otro futuro piloto de Fórmula Uno, Heinz Harald Frentzen. Weber contactó con Eddie Jordan, quien confió en Schumacher. El alemán no desaprovechó una oportunidad única y epató a todo el mundo. Fue séptimo en los entrenamientos, por delante de Andrea de Cesaris, piloto titular de Jordan. Realizó una gran salida y se colocó  quinto en la primera curva. Un ilusionante inicio que se frustró en la subida a Eau Rouge. Problemas en el cambio-embrague le obligaron a retirarse. Una decepción que, sin embargo, no impidió que desde entonces, y durante dieciséis temporadas consecutivas, fuera un fijo en la parrilla.


Tras su estreno en Bélgica, aparece otro nombre esencial en su trayectoria: el italiano Flavio Briatore, jefe del equipo Benetton Ford, que le reclutó para la siguiente carrera a Bélgica. Con Briatore y Benetton, se empezó a gestar la leyenda del káiser. En su primera temporada, disputó cinco carreras, con un quinto puesto, dos sextos y dos abandonos. Briatore había descubierto a un diamante en bruto, que no tardó en pulir. En su primera temporada completa en la Fórmula Uno, año 1992, Schumacher ganó una carrera (en Spa), consiguió tres segundos puestos y cuatro terceros. Fue tercero en la clasificación de pilotos tras Nigel Mansell y Riccardo Patrese.


Con Benetton, alcanzó sus dos primeros campeonatos, en 1994 con motor Ford, y en 1995, con un propulsor Renault. Era un Michael Schumacher indómito, lleno de ganas, y agresivo, en ocasiones. Con dos descalificaciones en Silverstone y Spa (por irregularidades en la plancha, que le dejaron sin competir en las dos citas siguientes: Italia y Portugal, el alemán conquistó su primer título en Adelaida con una discutida maniobra con Damon Hill que acabó con ambos pilotos retirados. La prensa británica acusó a Schumacher de provocar el choque para asegurarse el título, aventajaba en un punto a Hill, cuando su rival estaba a punto de adelantarle. En 2005, el piloto de Benetton Renault calló a sus críticos con un incontestable bicampeonato: nueve victorias en diecisiete pruebas.

El alemán buscó nuevos retos y fichó en 1996 por Ferrari para devolver a la escudería del Cavallino Rampante a la cúspide de la Fórmula Uno. El equipo italiano atravesaba una larga sequía de éxitos. No ganaba el Mundial de constructores desde 1983 y el de pilotos desde 1979, con el sudafricano Jody Scheckter. Con Eddie Irvine como compañero de equipo, el káiser debutó con un buen tercer puesto en la general del mundial refrendado con tres victorias (España, Bélgica e Italia).

1997 pudo ser ya su año, pero le perdió ese exceso de agresividad que protagonizó sus primeras temporadas en la Fórmula Uno. Con Ross Brawn, otro nombre esencial en su trayectoria, como nuevo director técnico de la escudería, Schumacher arruinó una buena actuación (cinco grandes premios ganados) en Jerez de la Frontera en el desenlace del título. El orgullo del alemán, que tenía un punto más que Villenueve, no pudo aguantar que el canadiense le adelantara en la última carrera del año. Con esa acción, perdía el primer puesto en la general. 


Schumacher, como hiciera con Hill en 1994, chocó contra su rival por el título, solo que esta vez tuvo peor suerte: su Ferrari quedó fuera de combate, Villenueve se proclamó campeón del mundo, la Federación Internacional de Automovilismo le sancionó, al considerar que causó deliberadamente el contacto, retirándole todo sus puntos, y su fama de marrullero se desbordó. Fueron los peores momentos del káiser en la Fórmula Uno.

Aún le quedaban dos años de sinsabores con un idéntico enemigo contra el que no pudo: el finlandés Mika Hakkinen, de McLaren Mercedes. En 1998, Schumacher fue subcampeón. En 1999, sufrió el accidente más grave de su vida deportiva. En Silverstone, el alemán chocó contra un muro a más de 200 kilómetros por hora tras salirse del trazado en la curva Stowe. Los frenos traseros del Ferrari fallaron. 


“Me di cuenta cómo me tranquilizaba y sentía mi corazón latir. Pero, de repente el latido se hacía cada vez más débil hasta que desapareció por completo. Las luces se apagaron. Y entonces pensé que eso era lo que uno sentía cuando estaba de camino al cielo”, recordó recientemente sobre aquel momento. Schumacher sufrió una doble fractura de tibia y peroné en su pierna derecha que le dejó fuera del Mundial durante seis citas. Aún tuvo arrestos para regresar en esa misma temporada con dos segundos puestos, en Malasia y Japón. Ferrari se proclamó campeón de constructores. Schumacher, de no ser por el accidente de Silverstone, habría estado hasta el final en la lucha por el título de pilotos.

El resto de la carrera deportiva es más reciente y fácil de explicar: dominio absoluto. Schumacher y Ferrari construyeron una de las sociedades deportivas más majestuosas de la historia con cinco mundiales consecutivos (años 2000-2004) de pilotos y constructores. En esa etapa, acumuló 48 grandes premios en su palmarés. En el Mundial del año 2004, ganó trece carreras. En los trece primeros grandes premios, Schumacher fue primero en doce. La única nota negativa fue una retirada en Mónaco. 

La superioridad de Ferrari y del alemán eran insultantes hasta que llegó Renault, su famoso ‘mass dumper’ y Fernando Alonso. El asturiano fue su verdugo en sus dos últimos mundiales con Ferrari (años 2005-2006) En el segundo de ellos, tuvo opciones de título hasta la última carrera. Una avería en Japón, en la penúltima prueba, que ocasionó el correspondiente abandono, arruinó la remontada del káiser. Sin ella, vista la tendencia del campeonato, Schumacher habría ganado su octavo título. Llevaba seis años sin que el motor de su Ferrari le hubiera dejado tirado.

El alemán anunció el 10 de septiembre de 2006, cuando todavía quedaban tres carreras del curso, su retirada al final del Mundial. La decepción en Japón, en el circuito de Suzuka, no alteró los planes del káiser que pasó a ser asesor de la escudería italiana, cargo que compaginó con otra de sus grandes aficiones: las motos. Precisamente, un accidente cuando conducía una Honda CBR 1000 en el circuito de Cartagena en febrero de  2009, le impidió regresar a los circuitos de Fórmula Uno en esa misma temporada cuando la escudería pensó en él como sustituto de Massa. El brasileño había sufrido un serio percance en el Gran Premio de Hungría. Unos dolores en el cuello, debido a sus excesos con la moto, dejaron al káiser con las ganas de volver, algo que corrigió de inmediato.


Así, en diciembre de 2009 anunció su vuelta a la Fórmula Uno, con cuarenta años a la espalda, con su amigo Ross Brawn y en Mercedes. Pero el sueño de que Schumacher triunfara en una escudería alemana con un coche alemán ha sido una quimera. Su segunda etapa en los circuitos (2010-2012), con Nico Rosberg como compañero, se cerrará este domingo en Brasil con más pena que gloria: un podio en Valencia, una pole en Mónaco y excesivas retiradas por fallos mecánicos y, en especial, por errores de conducción. Un borrón que no tapa la carrera de uno de los grandes mitos del motor.

“He aprendido mucho sobre mí mismo, como por ejemplo que uno se puede abrir y disfrutar sin perder su concentración. Es algo que no lograba hacer durante la primera parte de mi carrera. Me he dado cuenta que perder es al mismo tiempo más difícil y más instructivo que ganar. Puedo estar feliz del éxito global durante mi carrera”, valoró Michael Schumacher, de 43 años, hace mes y medio cuando anunció que Brasil sería su última carrera. Ese día, 21 años después de su debut en Spa, ya está aquí.